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Carrito

La diosa madre paleolítica

serigrafía venus

Hace mucho tiempo, 20 000 años o más apareció la imagen de la diosa sobre un amplio territorio, extendiéndose desde los Pirineos al lago Baikal en Siberia. Estatuas de piedra, hueso y marfil, diminutas figuras de cuerpos largos y pechos caídos, redondeadas imágenes maternales. Se han descubierto más de 130 de esculturas apoyadas entre rocas y sobre tierra, entre los huesos y herramientas de pueblos paleolíticos. Algunas de estas imágenes semejan mujeres ordinarias, pero la mayoría tienen la apariencia de madres, como si todo cuanto fuera femenino en ellas se hubiese concentrado en el misterio del nacimiento.

Al volver la mirada miles de años hacia estas figuras, las más antiguas parece como si la madre hubiese sido la primera imagen para la humanidad. Esto  debe remontarse a los tiempos en que los seres humanos se reconocían como hijos de la naturaleza.  Los senos que manan de las figuras reflejan la esencial confianza en el universo, incluso el más tenue diseño estelar fue visto alguna vez como gotas iridiscentes de leche manando del pecho de la diosa madre: la galaxia terminó por denominarse Vía Láctea.

La diosa como fuente creativa de la vida se representó frecuentemente de modo abstracto o con una clara división de las piernas abierta al inicio del vientre. Existen más de cien imágenes paleolíticas de la vulva solo en lo que hoy es Francia, indicando que las historias de la diosa que da a luz eran tan familiares que podían ser reconocidas de inmediato. Algunas veces las vulvas tienen semillas y brotes dibujados sobre o junto a ellas.

El pájaro que surge de un cielo lejano ha sido siempre un mensajero del misterio, encarnación visible del mundo invisible. La diosa de las aguas superiores es en el neolítico la diosa pájaro que favorece la lluvia de la vida. (Recuerda la cigüeña que trae el bebé por el aire, el ave maría y el espíritu santo). A su vez las serpientes como imagen de la diosa se encuentran representadas en la historia de la imagen de la diosa.

Las aves volando del lugar de enterramiento en Mal´ta (16 000 – 13 000 a. C)  conectan con la diosa pájaro del neolítico, al igual que con las palomas pertenecientes a la diosa sumeria Innana, a la Isis egipcia y a la Afrodita griega, y con la paloma del espíritu santo. El ave en lo alto del báculo del chamán de Lascaux prefigura la paloma del arca del Noé, y también la que se acurruca en el regazo  de la diosa griega Perséfone en el siglo V a. C o el pájaro posado sobre el cetro de María en el siglo XII d. C y la paloma del signo de Anunciación del siglo V.

Debido a su poder para regenerarse a sí misma al mudar de piel, la serpiente se convirtió en una imagen de poder renovador de la diosa. El cordón umbilical que conecta al feto con su madre tiene la forma de dos serpientes entrelazadas, y hasta hoy día dos serpientes copulando constituyen una imagen de curación. En la ciencia moderna la imagen de la serpiente aparece una vez más en la forma de espiral del ADN.

La serpiente de la placa de Mal´ta reaparece con el árbol de la vida sumerio que se halla detrás de la diosa, y más tarde se dirige a Eva desde el árbol del bien y del mal.

La cueva como útero de la diosa madre 

La historia de una Gran diosa primigenia se relata en las cuevas como lugares sagrados, santuarios de la diosa. La cueva como el vientre que Todo contiene, otro mundo dentro cuerpo de la diosa. Como lugar de transformación, donde se enlazaba el pasado, el futuro, el renacer de la muerte.

Durante el siglo pasado se han descubierto más de 100 cuevas decoradas, echándose a bajo las teorías anteriores sobre guerreros cazadores que prácticamente no eran humanos. La historia de una gran diosa primigenia se relata en las cavernas del sudoeste francés a través del arte y de los rituales que tuvieron lugar en su interior, parece que fue el lugar más sagrado, entrando en su vientre que traía la vida y acogía a los muertos.

Donde quiera que encontremos la cueva, la luna, la piedra, la serpiente, el ave o el pez, el meandro, los animales salvajes –el león, toro, bisonte, ciervo, cabra y caballo-; los rituales que tratan de la fertilidad de la tierra, de los animales y los seres humanos, y el viaje el alma a otra dimensión, estamos en presencia de las imágenes que antaño representaron el mito original. Imágenes de partos, del acto de amamantar, y del recibir al muerto de nuevo en el útero para su renacimiento, se suceden tanto en el Paleolítico como el Neolítico.

La diosa como la luna

A través de la contemplación de la luna se proporcionan la primera noción de medida y de tiempo. Este significado de la luna aún se esconde en nuestro lenguaje: el griego mene significa «luna», el latín mensis «mes», y mensura con la misma raíz significa «medida» de donde proviene el nombre de ciclo menstrual; pues los cambios de la luna hicieron posible medir por vez primera períodos de tiempo que superasen en día. Hay cuentos sobre la luna por todo el mundo, y en muchos de ellos su ritmo cíclico representa un patrón que se siente como parte de la vida humana también, en las fases rítmicas de luz y oscuridad las tribus paleolíticas debieron percibir un patrón de crecimiento y decadencia siempre renovado.

Los pobladores paleolíticos utilizaban un sistema de rotación lunar ya desde el año 40. 000 a. C, esto nos permite percibirlos como más cercanos a nosotros y nos impulsa a valorar su inteligencia y sus habilidades más de lo que hemos hecho hasta ahora. En todas las mitologías hasta la edad de hierro se (1250 a. C) se percibía la luna, gran luz brillando en la oscuridad de la noche, como una de las imágenes supremas de la diosa. La luna, los cuernos en forma de luna creciente del bisonte y del toro, el pájaro, la serpiente, el pez y los animales salvajes, los galones del agua, el meandro, laberintos y espirales… todos reaparecen a los mitos y en las imágenes de tiempos posteriores, a menudo devolviendo claramente a la memoria sus orígenes más antiguos.

No se ha encontrado prueba alguna de que los pueblos de Paleolítico combatieran entre sí. Es conmovedor descubrir que nuestros antepasados paleolíticos tienen algo que enseñarnos, específicamente acerca de cómo hemos malinterpretado su arte, y por lo tanto sus vidas, forzándolos a ajustarse a una perspectiva que corresponda a la del siglo XX.

Es interesante el modo en que están relacionados los dos falsos conceptos. En primer lugar, las estatuillas de la diosa fueron clasificadas primeramente como arte erótico o pornográfico, una concepción que sería impensable si el principio femenino es reconocido como sagrado; en segundo lugar, se asumió que las numerosas formas de palos y líneas grabadas en piedra y huesos y pintadas en las paredes de las cuevas eran armas para la caza, o signos masculinos, pero, tras un atento examen microscópico, quedó demostrado que eran plantas, ramas, hojas y árboles. El descubrimiento de debe a Marshack, quien llamó la atención del mundo sobre las figuras de la diosa y del cálculo lunar, desviándose de la opinión predominante que veía esos dibujos como «objetos masculinos» y «signos puntiagudos».

La diferencia más llamativa entre la sensibilidad paleolítica y la contemporánea descansa en el temor pavoroso y en la reverencia que estos pueblos sentían hacia los animales, («Sed fecundo y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla, mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra» (Gn 1, 28)). La identidad entre los animales y los animales humanos se quebró en algún momento, cuando un nuevo tipo de pensamiento apartó a la humanidad del resto de la naturaleza. Si nos imaginamos a nosotros mismos de regreso a un mundo en donde toda la vida está interrelacionada, sería un «delito de sangre» arrebatarle la vida a un «hermano» y, desde el momento en que los seres humanos y los animales constituyen parte de una misma unidad, ello ha de ser expiado mediante un ritual cuidadosamente efectuado. Cuando se mata a un animal, lo «Uno» es herido.

Estamos habituados a una tradición mitológica en la que la naturaleza, la tierra, y los animales no son sagrados. La visión de la unidad y del carácter sagrado de la vida, ha vivido en las raíces de la psique humana durante un inestimable número de años; durante más tiempo que este añadido tardío al pensamiento religioso, que parece inevitable sólo porque no hemos experimentado otra cosa, según las imágenes míticas de nuestro tiempo. La doctrina cristiana ha descartado, tachándolo de animismo, el sentimiento de las gentes para quienes la naturaleza está verdaderamente viva.

No deberíamos asumir que el orden moral Paleolítico murió con el Paleolítico. Aunque estamos habituados a pensar el pasado histórico como algo ya acabado, y por así decirlo, superado, a medida que la especie avanza hacia su futuro, las investigaciones sobre el inconsciente llevadas a cabo este siglo podrían ofrecer otra manera de ver el fenómeno de la «memoria» y del «pasado».

La tradición de la diosa madre, quien durante 25 000 años fue concebida como origen y como destino: la que da la vida y la morada de los muertos, hay una distancia de 25 milenios en tiempo lineal, pero una identidad de imágenes simbólicas que anula el paso de los siglos. Como escribió Jung «Nada de cuanto pertenece a la psique, o es parte de ella, se pierde nunca. Para vivir plenamente tenemos que inclinarnos, tender las manos y traer de nuevo a la vida los niveles más profundos de la psique a partir de los cuales ha evolucionado nuestra consciencia presente».

 

Extracto del libro: El Mito de la Diosa. Evolución de una Imagen.

Autoras: Anne Baring y Jules Cashford

Editorial: Fondo de Cultura Económica, 2005.

 

Agradecemos cuando comentas tus sentires, tus reflexiones, críticas u aportes a este texto.

Gracias por leernos e intercambiar experiencias y visiones.  


2 respuestas a “La diosa madre paleolítica”

  1. Adriana Alpízar dice:

    Muchas gracias por acercarme a estos datos, por recordarme lo valioso de repensar el pasado y el presente. Y así, recrear mis capacidades de transformación.

    • Laura Varela dice:

      Las eternas transformaciones de la vida, la luna y nuestros propios corazones.

      Gracias Adri, por apalabrar lo que te produce, la capacidad de recordar las propias capacidades de transformación.

      Saludos,

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